Alvaro
vivía atrapado en una biblioteca. No físicamente, como después se
dijera, sino en una biblioteca etérea. Sus límites, sin embargo,
eran reales. La criada entraría en su cuarto y lo vería acostado
sobre la cama, los ojos cerrados. Intentaría sacarlo de la
habitación, pero renunciaría al escuchar los agresivos gruñidos de
un hombre que no parecía estar del todo sano. Minutos después
Alvaro se acostumbraría a la presencia invasora de esa mujer simple
y empezaría a agobiarla con problemas que a ella le sonaría a
monólogo extraño.
-
El problema con este libro, María, es que tiene demasiadas
referencias a este otro, que aunque es una obra menor, tiene el
mérito de haber concebido una idea original. Sí, sí. Me dirás que
una idea no deja de ser original porque alguien más ya lo ha
pensado. Pero sigue siendo cansido encontrarse siempre con lo mismo
en la literatura, que debería de ser más bien lo contrario de esta
habitación, de estas nuestras rutinas, de mi casa, de la ciudad y
del mundo. No dijo Hume que la imaginación del hombre era infinita?
Pero de seguro has leído a Hume y sabes lo que viene después...
Nada se puede crear la imaginación del hombre, que no hayan
percibido antes sus sentidos. Nunca has pensado que tal vez son
nuestros sentidos los que no pueden percibir nada más que lo
imaginable?
No
se llamaba María, pero él tenía la costumbre de llamar a todas las
criadas María. Ella sentiría entonces cierta angustia relacionada
con el comportamiento general de los empleadores seniles. Intentaría
mantenerse fuera de su alcance; cosa totalmente ilógica, porque
Álvaro seguía con los ojos cerrados y las manos sobre la barriga.
No tenía ninguna intención de moverse.
-
Verás, María, la literatura no se trata de lograr la narración
perfecta, ni de crear un libro perfecto, a pesar de lo que haya dicho
Cortázar. Uno tiene una idea. eso es definitivo. Y se podría decir
que la idea es perfecta, a pesar de las valoraciones personales.
Asumamos, entonces, que una idea, por el hecho de ser idea, es
perfecta.
La
escobilla se ocuparía, ahora, de limpiar suavemente el polvo de la
mesa de noche sin hacerlo volar hacia las fosas nasales del
desquiciado.
-
Unos te dirán que el problema es que, al poner la idea en palabras,
tiene que ser moldeada, es decir deformada. Pero que no te asusten.
Esto simplemente es una ilusión, una excusa para justificar falta en
la técnica narrativa. Quien quiera poner una idea en palabras es un
idiota, porque una idea no está hecha de palabras y la mayoría de
palabras no son aptas para expresar una idea, me sigues? Es como
decir "yo sé algo, porque lo que yo pienso que es y lo que es
son lo mismo". Cómo puede saber alguien lo que es, si solamente
conoce lo que cree que es? Y cómo puede ser estas dos cosas lo
mismo, lo que es y lo que uno percibe que es?
María
se apuraría, se mordería el labio, abriría la ventana para que
entrara la brisa y empezaría a limpiar la cómoda. Pero el miedo
cedería poco a poco ante la presión de la obligación de limpiar y
la costumbre. El tono de voz de Álvaro, calmado y regular, la harían
sentir más segura.
-
Lo que la literatura es, María, es una ventana. Uno tiene una idea y
tiene palabras. La idea es algo inexpresable, algo íntimo,
inexistente quizá, pero de alguna manera transmisible. Para qué la
historia? Para qué las metáforas y los juegos linguísticos? No
serán para el disfrute, como otros te querrán hacer creer. Es todo
un camino. Es como pulir un lente. O como ajustar un telescopio. Te
mueves de aquí para allá, piensas que sabes de que va, piensas que
entiendes a los personajes, pero todo cambia de una página para
otra. No es que sean irreales o que quieran ser diferentes al mundo
sólo por ser diferentes. No, no. Es un camino, créelo. La idea está
ahí. Es lo que se ve en la lejanía. Un hombre que en medio de la
noche oye el silbar del bosque y siente un llamado. Atrás la ciudad.
Ve de nuevo las luces que han iluminado toda su vida y vuelve la
espalda, empieza a caminar hacía la oscuridad de la naturaleza. Ves?
Eso podría ser el final de una novela, como de hecho lo es, de estas
dos! Pero la idea no es un hombre que va al bosque. La idea será lo
desconocido, el viaje, la renuncia. Alguna cosa será. Un ritual
oscuro, la habitación sumergida en las sombras, la intención de un
hermano de matar, el ascenso fatal del cuchillo. Esto podría ser la
trama de una novela, como de hecho lo será, de seguro. Quién podría
defender la suposición que tal escena representa una idea? La idea
será el pecado, lo prohibido, la enfermedad, la importancia del
tiempo y la relatividad de nuestras acciones.
Por
un segundo María creería entender de qué hablaba Alvaro. Sus
manos, hasta ahora ocupadas en labores mundanas, cesarían de
limpiar. Ya ni siquiera el movimiento automático, entrenado por los
años de trabajos manuales, se dejaría adivinar. Por primera vez
pensaría que los libros que inundaban la habitación eran,
probablemente, los libros de los que hablaba tan vehementemente
Alvaro. Querría decir algo, pero la detendría el temor de estar
equivocada.
-
Desde luego, uno se dará cuenta con el tiempo que es imposible saber
qué quería desvelar en primer lugar el autor. Sería como asumir
que entendemos lo que decimos o que las palabras sólo tienen un
significado. A veces, sólo por jugar con la posibilidad, me imagino
que el universo es inmortal, una masa de magnitudes brutales que
existe sin más, me imagino que las reglas que la rigen son distintas
a través de la eternidad. Si este fuera el caso y la materia se
combinara infinitamente creando distintos mundos, serían creados a
lo largo del tiempo todos los mundos posibles. Y si todos los mundos
posibles son creados y existen en algún punto del tiempo, también
existe un mundo donde las personas hablan con las mismas palabras, o
mejor dicho los mismos sonidos, y cada quién entiende algo distinto,
pero todos creen entenderse y hablar el mismo idioma. Un
magnífico engaño. Algo así como la biblioteca universal de Borges.
Se
confundiría de nuevo. El calor de la habitación, el polvo removido
que flotaba terco en el aire, la reverberación del sol en los
cristales de la ventana tendrían un efecto adormecedor, penetrante.
María se daría cuenta de que no atendía su trabajo, que estaba
hace minutos parada frente a la cama, los brazos colgando
perezosamente, lejos de la escobilla, la cual yacía en el suelo.
Sentiría cierto desasosiego, un malestar ocasionado sencillamente
por el hecho de comprender lo que aquel hombre decía. Se daría
cuenta de que el monólogo nunca fue para que ella lo escuchara, para
que ella lo comprendiera, pero lo que ella entendía le revelaba la
soledad de Alvaro, una soledad que no se ocasionaba en el nido de su
cama, en su exilio autoimpuesto. Era una soledad que emanaba de la
sola posibilidad de un silencio universal, de una incomunicación
primigenia. María bajaría los ojos y vería entonces con horror que
una sonrisa se dibujaba en los labios de Alvaro, sabría que no
saldría de esa habitación nunca, no de aquella en la que limpiaba,
sino en aquella etérea que la envolvía en la fría soledad de sus
propias palabras. Esa sonrisa egocéntrica, enigmática. Y luego el
silencio.
Alemania,
2012
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