marzo 15, 2011
Acerca de la nieve
Para saber de la nieve se le podría comparar con la lluvia. En los días grises cae la tormenta entregada al vértigo; cada gota se deja caer traspasando el aire como una aguja, rápida e inconsciente de su súbito destino. A veces, la lluvia es fina y moja como pidiendo disculpas. Uno se ve la camisa y está llena de pequeñas esferas cristalinas que esperan, porque cuando uno las toca para jugar con ellas, en un movimiento se funden con la tela. La nieve, en cambio, tiene una paciencia infinita. Baja revoloteando cual papalota, cada copo con la apariencia de estar perdido. Andan de allí para allá danzando, mirándonos desde sus alturas de nube. Y uno los ve desde aquí bajar en sus círculos infinitos, con los ojos bien abiertos. Ellos siguen bajando, hasta que caen en el suelo, en los árboles, en el pelo. Así, uno anda con la cara atónita por ver nevar y, en el pelo, los copos van con la cara atónita por estar sobre uno.
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